Se sostiene que la educación es la gran posibilidad de proyectar un país mejor, sin embargo, entramos en contradicciones permanentes en apuntar a sembrar lo que queremos cosechar. Sabido es que se obtiene lo que se mide; razón del sentido de urgencia e importancia de volcar la mirada y cuestionar los indicadores de calidad, basados en la evidencia que emana de las experiencias y estudios nacionales e internacionales, los cuales muestran -no solo en Chile, sino en el mundo-, trastornos pandémicos de salud mental emocional (20% de niños y jóvenes en EEUU), desescolarización, problemas de convivencia y de rendimiento, etc. ¿Estamos sembrando o educando para la vida y su realización?
Generaciones ya no solo de profesores, sino de alumnos, han clamado porque se escuche lo que acontece en las aulas, dado que lo importante parece desconocerse o no entenderse, en función de fines instrumentales que no hacen más que seguir mermando las confianzas y quebrantando los vínculos.
Obstruir el natural encuentro de los mundos, persiguiendo por sobre todo el rendimiento estandarizado, escapa al sentido natural, a las necesidades más profundas de todos los actores involucrados, y lleva a los colegios a dejar de ser fuente de nutrición y valoración, porque necesidades previas de los niños y jóvenes no están satisfechas.
Poco oxígeno queda desde la infancia para el juego, la propia búsqueda, el respeto por el ritmo de aprendizaje, la valoración de las distintas capacidades, la valoración del esfuerzo. Algo similar a lo que acontece con cada padre que intenta sobreponerse a un sistema febril y colapsado; pero eso daría para otra reflexión…
La tarea se vuelve compleja en la incapacidad de resolver el paradigma en que nos encontramos metidos. El asunto es serio y sistémico. Y el problema no lo crearon los profesores, tampoco los padres, y menos aún los alumnos.
Debemos comprender que la verdadera contribución escolar se enfoca en dar confianza en la propia identidad, ojalá con el menos condicionamiento posible, para reconocerse como protagonista en un mundo de posibilidades.
Con este propósito, tenemos el deber de mejorar y hacernos cargo del espacio de libertad y gestión en que podemos aportar, de tal manera que sigamos avanzando en buscar formas de mirarnos para organizarnos, coordinarnos y colaborarnos, que se traduzcan en modos consensuados de comprender las necesidades en juego. Y así, desde la organización del aula hasta en la evaluación, avancemos hacia aprendizajes más significativos, en donde se evidencie el desarrollo de las habilidades cognitivas y actitudinales-emocionales de los niños y jóvenes.
El Colegio Patmos, en este escenario, persevera en su propósito de mantener la confianza de que es posible cooperar y acompañar a las familias en la formación de sus hijos, comprometidos con su formación humana, con claro énfasis en el bien común; en donde las acciones educativas y el cómo nos relacionamos en diversidad van construyendo una identidad confiada y positiva; porque todos somos un aporte si decidimos serlo, generando las bases de un ciudadano tolerante, que tiene la competencias para contribuir a su entorno.
Nuestra vocación es orientar a nuestros alumnos a ser la mejor versión de sí mismos; a no decaer ni quedar vulnerables por la vorágine, la competencia y la falta de ética; a superar la adversidad con espíritu positivo y con apertura a la vida, sin miedos; intentando contribuir con sus talentos a un país más justo e inclusivo.
Millicent Rowlands Berger
Rectora